No soy muy de tomar té, pero a
veces, cuando hace frío o me duele la garganta, me dan ganas de tomarme uno. El
otro día me pasaron a buscar y la taza quedó con un poco de té en el
escritorio.
Cuando volví lo primero que vi fue
la taza azul. El té estaba frío, pero parecía que había calentado la casa
entera. Me hubiera quedado mirando la taza desde la puerta: tenía un poder magnético. Ahí, azul, en el
escritorio, entre los papeles, la computadora, el relajo, simplemente le daba
sentido a todo.