Thursday, January 21, 2010

El vino no viene en botella


A mí en realidad no me gusta el vino y menos el vino tinto. Pero ¿cómo resistirme a hablar de él cuando tiene un color tan voluminoso, con tanta personalidad? Ni que hablar de esos nombres deliciosos que tienen: Tannat, Malbec, Shiraz, Pinot Noir, para mencionar algunos nomás.

No sé hablar sobre el cuerpo de tal o cual vino, o el aroma frutal, o el dejo a madera en la lengua después que pasa el vino por la boca. Lo que sí puedo decir es que disfruto tener a estos vinos en mi lengua, pero de otra manera—me gusta saborear sus letras, cada uva por separado, o comerme el racimo entero en la palabra. Hoy por ejemplo estaba chateando con un amigo y de la nada puse en la ventanita del chat: Malbec. Lo quería decir, tenía esa necesidad terrible de degustar esa palabra, esa pronunciación, esos movimientos y ver de qué cepa salía.

A veces me pregunto por qué no me gusta el vino. Nunca llegué a una conclusión. Pero hoy, hoy volví a pensar en el vino, volví a tenerlo en el paladar, y fue ahí que entendí o creí comenzar a entender mi antipatía. Hay tanto más allá de lo que uno se traga del vino. Está todo el proceso que viene detrás, y que para mí no se desprende del todo del producto final. Está ese dejo, que tal vez algunos lo llaman de dejo frutal, o lo que sea, pero para mí, es el dejo a la historia a todo el bagaje con el que carga una copa o una botella de vino.

Los que me conocen saben que soy de hacer mil preguntas, que no paro, que una respuesta de alguien me lleva a preguntar otra cosa y otra y otra. Creo que con el vino me pasa lo mismo, todavía estoy preguntando, estoy digamos, conociéndolo, y no quiero que desaparezca en mi boca, quiero entenderlo.

Esto también tiene que ver con mi aversión a las etiquetas, los rótulos que la gente insiste en ponerle a las personas para tratar de definirlas, abarcarlas. Esa etiqueta que viene en los vinos, la que me dice que este vino es Tannat u otro, es  un papelito plano, chato. No se puede reducir a tanta cosa en un simple papel sin cuerpo. El vino es todo un proceso, cambia, interactúa, y un rótulo colocado una vez, no es una fiel traducción a toda una entidad.

2 comments:

  1. Una de las cosas que siempre me intrigó del vino fue la analogía (de obvia raigambre religiosa) con la sangre. Inescapable para el poeta, pero difícil de manejar sin caer en el cliché.

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  2. La etiqueta es algo interesante. Por una parte, no puedo sino estar de acuerdo contigo: una etiqueta no define la esencia de una persona, sus tendencias, sus ideales, su sexualidad. Me parece obtuso aplicarlas cuando el ser humano es algo tan complejo.
    Sin embargo, como diseñador gráfico, entiendo también que son necesarias. Al menos, para identificar y saber qué es lo que estamos comprando. Con las personas podría pasar igual, en algunos casos, si quiera para saber si el contenido del envase puede hacernos daño.

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