Sunday, March 28, 2010

Vientos en el desierto

Los vientos de este desierto pueden ser fastidiosos porque cargan con arena y polvo que siento entre los dientes aunque me haya asegurado de cerrar la boca. Es una textura a la que no estoy acostumbrada a pesar de conocer el desierto hace más de 10 años. Mis ojos pestañean sin parar para contrarrestar la invasión de polvo. Cuando me paso la mano por el pelo percibo una playa asentada en mi cabeza. También huelo polvo. Sin embargo, me gustan estos vientos del desierto.
Me hacen acordar a los hamsin en Jerusalén. Esos vientos secos, calurosos, llenos de polvo. Vientos que, como los de este desierto, tiñen todo de un color naranjizo, amarillento. Todo se ve diferente durante el hamsin y durante estos vientos polvorientos de El Paso. Ni la ciudad, ni las actividades que uno hace son iguales. Estos vientos cambian todo. Remueven mucho más que el polvo.
El viento es transparente. No se lo puede ver. Lo que sí veo es las ramas que mueve, mi pelo en la cara, siento su resistencia cuando camino con el viento en contra. Pero verlo, así, con los ojos, no. No se puede; aunque los que vivimos en el desierto sí podemos verlo de vez en cuando. Somos privilegiados. Lo vemos cuando el polvo colorea el viento, cuando marca el camino que recorre, cuando el polvo está suspendido en el aire, amarrándose a ese viento, pintándolo. Justamente por eso me gusta la polvareda cuando se mueve.

Tuesday, March 9, 2010

A propósito del día de la mujer

Hace poco alguien me preguntó qué es lo que me hace ser mujer. Es difícil contestar esa pregunta. Ser mujer no es algo que se pueda reducir a un factor común o a un estereotipo. Ser mujer es más complejo que sólo género. Además que hay millones de formas distintas de ser mujer; tantas formas como mujeres.
            Sin embargo, si uno tiene que empezar a contestar la pregunta por alguna punta, y por lo general es por lo de afuera, por lo más obvio, se podría decir que el cuerpo de la mujer, con senos y formas, es parte de lo que nos hace ser mujeres. Pero enseguida pienso en las mujeres que han tenido cáncer de mama, o que por alguna que otra razón les tienen que sacar las mamas. Esas mujeres son mujeres, tan mujeres como cualquier mujer. Entonces entiendo que el cuerpo es así, cambiante.
Cambia con la edad, cambia con el cáncer, cambia con el sol, cambia con lo que tenemos heredado, cambia con lo que comemos, cambia, como parte de nosotros. Con cada cambio, no sólo los cambios corporales sino en general, nos volvemos a pensar y nos volvemos a ver, a definir. En este diálogo sobre cómo nos vemos y qué vemos es donde entra el lenguaje, porque es a través de él que nos pensamos y lo articulamos. Es con el lenguaje que dialogamos. 
Me doy cuenta que los cambios más grandes que me ocurren como mujer son los que están dados desde ahí, desde el lenguaje que uso para hablar de mí. Desde ahí me armo, desde ahí soy mujer.