Los vientos de este desierto pueden ser fastidiosos
porque cargan con arena y polvo que siento entre los dientes aunque me haya
asegurado de cerrar la boca. Es una textura a la que no estoy acostumbrada a
pesar de conocer el desierto hace más de 10 años. Mis ojos
pestañean sin parar para contrarrestar la invasión de polvo. Cuando me paso la
mano por el pelo percibo una playa asentada en mi cabeza. También huelo polvo. Sin
embargo, me gustan estos vientos del desierto.
Me hacen acordar a los hamsin en Jerusalén. Esos vientos secos, calurosos, llenos de
polvo. Vientos que, como los de este desierto, tiñen todo de un color
naranjizo, amarillento. Todo se ve diferente durante el hamsin y durante estos vientos polvorientos de El Paso. Ni la
ciudad, ni las actividades que uno hace son iguales. Estos vientos cambian
todo. Remueven mucho más que el polvo.
El viento es transparente. No se lo puede ver. Lo que
sí veo es las ramas que mueve, mi pelo en la cara, siento su resistencia cuando
camino con el viento en contra. Pero verlo, así, con los ojos, no. No se puede;
aunque los que vivimos en el desierto sí podemos verlo de vez en cuando. Somos privilegiados. Lo vemos cuando el polvo colorea el viento, cuando marca el
camino que recorre, cuando el polvo está suspendido en el aire, amarrándose a
ese viento, pintándolo. Justamente por eso me gusta la polvareda cuando se mueve.
Es fundamental saber disfrutar de los obsequios de la naturaleza, ser conscientes de lo que nos provoca y no simplemente darlo por sentado...eso es lo que me causa leer estas palabras (muy bellas por cierto). Me quedo con "cuando me paso la mano por el pelo percibo una playa asentada en mi cabeza" Muy pero muy lindo...
ReplyDeleteMiguel A.